dijous, 20 d’octubre del 2011

Último día plaza de toros de la Monumental - Domingo 25 de septiembre

Crónica: Más allá de nuestras fronteras



La gente acudía en masa a ver la última corrida de toros. Curiosamente, las estaciones de Bicing de alrededor de la histórica plaza de la Monumental, en Barcelona, no estaban rebosar; el tipo de gente que solía acercarse a esa zona los domingos por la tarde no lo hacía en bicicleta: "Hoy he dejado el coche y he venido, excepcionalmente, en metro. Aquí no hay dónde aparcar, ¡y menos hoy!", explicaba Manolo mientras miraba la hora en su aparatoso móvil táctil: las ocho y treinta y nueve. Miró al cielo, acababa de oscurecer; los días eran cada vez más cortos, el invierno estaba a la vuelta de la esquina. Aquellos que, como él, habían sido tan "afortunados", según el que acababa de mirar la hora, de asistir a ese "hecho histórico" se agolpaban en la entrada.



         Manolo había sido testigo de cómo José Tomás, último torero en vestirse de luces en la ciudad condal, surfeaba de  espaldas a sus fans entre manos, cabezas y vítores. Al terminar el espectáculo, los amantes del toreo se encontraron con sus archienemigos: cuatro docenas de antitaurinos bailaban replegados en la otra acera de la calle Marina, celebrando su primera y última victoria. "No tendrían que haber hecho eso", se quejaba Borja, otro "afortunado". "Ya tienen lo que querían. Que vengan aquí a bailar es una provocación". Por primera vez en la historia de la tauromaquia barcelonesa, se habían invertido los roles: por una parte, los escasos antitaurinos se fueron dispersando. En cambio, aquellos que salían de la plaza resistían, como rocas luchando contra la marea. Se congregaron en los bares de los alrededores que, a partir de ese momento, verían una importante fuente de ingresos esfumarse.

         Eran las ocho y cuarenta y tres. Un grupo de manifestantes se agolpaba en un punto que, como un agujero negro, atraía a todos los transeúntes que pasaban cerca. En medio de esa vorágine irrumpió una vecina paseando a su perro, cuya ropa de ir por casa rompía con la monotonía de camisas de rayas y cabezas repeinadas. Lo primero que le llamó la atención fueron las furgonetas de prensa que se alineaban en una alargada isla de cemento de la Gran Vía; después, esa aglomeración tan cercana a su casa. Picada por la curiosidad, se acercó y le preguntó qué pasaba a Manolo, que en ese momento intentaba abrirse paso hacia el centro del agujero. "Impedimos que las cámaras de TV3 graben; como siempre, se pondrán del lado de los antitaurinos. Y esta vez no tienen razón". Una pancarta de protesta cubría todo lo que alcanzaba a grabar el objetivo de la televisión pública.


        Todas las críticas se lanzaban entre aquellos a favor o en contra de la prohibición de las corridas en Barcelona. "Es cierto que no lo han hecho bien", dijo la mujer, "¿pero nadie se ha planteado qué pasará después con la plaza?". Nadie a su alrededor supo responder a esa pregunta. Mohamed bin Rashid Al Maktoum, emir de Dubai, se propone convertir el monumento neomudéjar en la tercera mezquita más grande del mundo; el proyecto costaría unos 2.200 millones de euros. "¿Qué pasará con la zona? Porque no nos engañemos, si hacen la mezquita, tomarán los alrededores. ¿Será pues una falta de respeto no llevar burka cerca de su templo?", se quejaba la mujer. De todas formas, la familia Balañà,  propietaria del monumento, aún no se ha pronunciado. "Siempre es la misma historia: las dos Españas, enfrentadas, cada una en su acera, no son capaces de trabajar unidas de cara a lo que viene de más allá de nuestras fronteras".


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